dissabte, 3 de setembre del 2011


Cánovas y Sagasta

En el mismo día se rompe el sello de 1978 y se lanza el torpedo mejor apuntado al catalán

Artículos | 03/09/2011 - 00:00h
Jornada flácida y sórdida de la política española que establece el inicio de un tiempo nuevo y viejo a la vez. Cánovas y Sagasta. Rajoy, Aznar, Zapatero y Pérez Rubalcaba. Rajoy, con aura de presidente. Ya le ha cambiado el porte: de pronto, un aire distinto, una preocupada gravedad. Pérez Rubalcaba, con la tribulación en el rostro de quien se sabe traicionado en el momento decisivo. Zapatero, buscando el perdón de Aznar y de todos los poderes de este mundo, contento de haberse conocido con esa astucia eléctrica que acaba exterminando cuanto le rodea. Final de la escapada. Ya ha arrojado a los pies de los caballos a todos los que le han acompañado en esa ilusión de su vida que era llegar a presidente del Gobierno. Los ha vendido a todos. Ya sólo quedan él y su sonrisa. Seguramente ha hundido al PSOE por un periodo de veinte años o más –algo que sólo habían logrado las rencillas entre Prieto y Negrín después del drama de la Guerra Civil– y sonríe. Sonríe, sonríe, sonríe.

Cánovas y Sagasta. Todo lo que vuelve siempre regresa con una rara ironía en la mirada y una singular estrechez en los hombros. El turno de la España intervenida impuso ayer la reforma urgente de la Constitución para satisfacer las órdenes imperativas de Alemania y del Banco Central Europeo, sin poder coronar el acontecimiento con el laurel de la gloria. Salieron del hemiciclo con los hombros estrechos. Todo sucedió según lo previsto, pero hay muecas de disgusto en la foto final. Algo salió mal. El espectáculo no fue muy edificante para las jóvenes generaciones educadas en el mito de la democracia participativa y una maniobra filibustera de Gaspar Llamazares –por fin ese buen hombre lleva a cabo una pequeña maldad– impidió engatusar a Convergència i Unió. Arriesgando la censura de Berlín y París y la más que segura crítica de la prensa económica anglosajona, el catalanismo europeísta ha decidido no interpretar esta vez el papel de José Sazatornil en La escopeta nacional, una de las grandes películas de Berlanga. El odioso viajante catalán que se adapta a todo lo que haga falta con tal de cerrar un pedido. Duran llevaba la abstención en el bolsillo y al final el instinto le dijo que no. Y el PSC dio un paso más hacia ese limbo lechoso envuelto por una perpetua niebla blanca que Edgar Allan Poe imaginó en el final raro y angustioso de Las aventuras de Arthur Gordon Pym. Hay tres lugares en el mundo donde los estudios sobre la invisibilidad de los objetos físicos están conociendo un especial desarrollo: el Instituto Max Planck de Óptica Cuántica en Garching, Alemania; el Instituto de Tecnología de Pasadena, California, y los despachos del PSC en el Congreso de los Diputados. El Partit Invisible de Catalunya desafió ayer con éxito las leyes de la reflexión de la luz. Tiene mérito. Hacía años que no se veía en el Parlamento español un haz tan potente y bien direccionado.

De una sola tajada se cumple el dictado alemán con prontitud de mayordomo inglés y se rompe el sello de 1978 para proceder a la reconfiguración del poder central español. El Pisuerga siempre pasa por Valladolid y a buen entendedor pocas palabras bastan. Los jueces del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya lo han entendido a la perfección. El mismo día en que se procedía a la reforma de la Constitución por procedimiento sumario, se lanzaba el torpedo mejor apuntado a la línea de flotación de la política lingüística catalana. Más claro, imposible.

Zapatero tuvo un detalle de humor al concluir el pleno. Atribuyó a la maniobra de Llamazares el gesto final de CiU. En busca del perdón, este hombre está que se sale. Atribuye a su amigo y colaborador Miguel Barroso aquella fatídica promesa sobre el Estatut de Catalunya; carga a Pedro Zerolo con la responsabilidad última del matrimonio gay, y va diciendo –en madrileña confidencia– que la legalización de Bildu es cosa de los magistrados felipistas del Tribunal Constitucional.

Es un viejo mecanismo español. Cuando Don Quijote se da de bruces con la realidad, el ensueño se desvanece y aparece el rostro cínico y sonriente de Don Juan Tenorio:

Llamé al cielo
y no me oyó,
y si sus puertas me cierra,
de mis pasos en la tierra,
responda el cielo, no yo...

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